miércoles, 29 de agosto de 2018

RELATOS: La Reliquia de los Seglares

ACLARACIÓN PREVIA

Antes que nada, me disculpo por la larga ausencia. Espero compensarlo con ésto y con otros textos que vendrán más adelante (los cuales están muy avanzados ya, como la segunda parte de la Teúrgia del León, y otra historia historia japonesa/tibetana aún sin nombre).

LA RELIQUIA DE LOS SEGLARES

"Praeter deum neque dari neque concipi protest substantia"

Baruch Spinoza
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                Me hallaba yo en silencio, a la espera del café de Jorge Luis, mientras recorría la vasta biblioteca personal de aquel viejo y querido amigo mío. Oscuros libros embellecían los lignarios anaqueles y murmuraba, quien les escribe, entre sus silencios sin silencio. Al cabo de unos instantes, comprendí los patrones.
            A mi derecha se encontraba todo cuanto refiriese a la cultura escandinava: vislumbré los prefacios de una dudosa edición en español de la Crónica de los Reyes de Noruega, o Heimskringla. También tropecé con otros textos en su lenguaje original, el islandés. Infinidad de sagas (como aquella que narra la pasión entre Víglundr y Ketilríðr; o aquella otra que alude a Sigurd, quien logra una victoria pírrica al asesinar a Fafnir, el antiguo dragón, guardián del oro de Andvari) remuneraban mi curiosidad. Hallé también una copia del Codex Regius, la cual yacía temblorosa al final de la cuarta fila.
            A mi izquierda se encontraba la sección filosófica. Puedo atestiguar lo siguiente: el espíritu del mundo se escondía allí. Legiones de presocráticos llenaban una fila completa. Parménides, Heráclito, Anaximandro... todos ellos se bañaban en las aguas del recuerdo por un breve instante, mientras los espiaba sin recelos. Completaban la segunda fila obras tales como las Enéadas de Plotino, el Timeo de Platón y textos de orientación neopitagórica.
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            Sé lo irrelevante de estos recuentos. Pero estime usted, lector, cuán extraño resultó en mi no hallar obra moderna alguna a mi izquierda. No seré específico, pero nada que suceda a Hegel parece tener un lugar allí. Pero aún con sus claras limitaciones (pues no existe biblioteca en el mundo que todo lo abarque, más que la existencia misma), logré descubrir nuevas cosas. Y de entre estas cosas, hubo un libro que me llamó la atención: se trataba de Los filamentos de la causalidad, escrito por el enigmático Franz Wilhelm von Lichte. El mismo contaba con una escueta biografía en la contratapa, la cual rezaba lo siguiente:

            “Nacido durante la segunda mitad del siglo XVII en Eckernförde, ducado de Schleswig, Franz Wilhelm von Lichte dedicó toda su vida al estudio de la filosofía, llevando todos sus esfuerzos al paroxismo físico y mental. Reconocido por su célebre teoría sobre las existencias subordinadas –la cual es contemporánea a las ideas panteístas de Spinoza, y predecesora de las concepciones idealistas hegelianas-, cobró la reputación necesaria para ejercer la función de profesor en la Universidad de Leipzig. Su muerte, rodeada por oscuras sospechas de suicidio, aún no ha sido determinada y es motivo de controversiales debates al día de hoy. Este libro fundamenta la existencia de uno de los más grandes filósofos surgidos durante el periodo clásico de la Ilustración europea.”

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-      ¿Ese libro es el de Franz von Lichte, no es así? –dijo Jorge Luis a mis espaldas, mientras sostenía dos tazas de café en una bandeja de metal– muchas historias se dicen de él.
-        Y aún así jamás lo escuché nombrar… -repliqué, con indiferencia-
-     Sus ideas eran muy avanzadas para los hombres de su edad, al igual que las de Spinoza
-        ¿Y por qué las de Spinoza si prosperaron?
-     Porque Spinoza abraza a todos los hombres, y Franz los une forzosamente… y seamos francos entre usted y yo, no hay motivo válido para compartir la más profunda esencia individual con la esencia de hombres de la talla de Vlad Tepes, o Atila.
-        Desde luego que no… ¿y qué hay de sus historias? ¿qué se dice de él? –y entonces Jorge apoyó, acaso por fatiga, la bandeja sobre una bella mesa redonda de madera, contigua a la sección de obras escandinavas-
-        Oh, bueno… han relatado ciertas cosas, e inventado otras tantas… mire, se dice que sufría trastornos psicológicos, aunque no se ponen realmente de acuerdo en este punto –dijo Jorge-. También se asocia su figura a la del famoso conde Saint Germain. La principal razón de este vínculo son las cronologías. Según oí, hay registros auténticos de la muerte del conde, y éstos coinciden con la supuesta fecha de nacimiento de Franz, en el lugar y momento precisos. Podría ser una coincidencia tal vez…
-        Bueno, de serlo sería un acto imprudente del destino
-        ¿Por qué lo dice?
-     Del conde Saint Germain solo hay rastros, el misterio lo ha consumido. Si Franz queda vinculado a este hombre, su entera doctrina está pronta a la extinción también.
-       No mientras permanezca ese ejemplar aquí –rió Jorge, con humildad-. ¡Oh, y hay una cosa más! Ciertos eruditos sostienen que ese libro se parece mucho en estructura y contenido a la única obra atribuida al conde, la cual se titula La Santísima Trinosofía. No logro coincidir ni refutar esto último, ya que no la he leído para confirmarlo…

            Luego de aquellas palabras, saboreamos un poco del suave café que compró la esposa de Jorge. A mi pesar, no logré intercambiar palabras con ella, puesto que justo se iba, mientras yo arribaba.
            Cuando mi taza se hubo vaciado, reflexioné:

-        ¿Qué hay de la teoría de las existencias subordinadas? ¿de qué se trata?
-        Se trata de un simulacro. La existencia misma se desprende como las capas de una cebolla -dijo Jorge, mientras degustaba los últimos instantes de su café-
-        ¿Cómo? No comprendo
-        Franz sostiene que la causalidad origina distintos niveles de existencia. Cada uno de estos niveles se encuentra jerarquizado; y la existencia como la concebimos nosotros, no es más que un escalón dentro de una gran escalera llamada realidad. Cada uno de estos escalones se encuentra subordinado por aquel encima de él, y así será hasta llegar al último, o quizás primer escalón, el cual rige por sobre los demás. Ciertamente era un filósofo esotérico, equiparable a Plotino o a los kabbalistas españoles.
-        Bueno, asumo que también habrás leído sobre Hermes, él sostiene algo bastante similar en su Corpus…
-     ¿Trimegisto? –dijo Jorge, asombrado- ¡oh, si! ¡qué increíble!, ¿no cree usted lo mismo? Tantos hombres calificados como sabios, y que todos ellos aborden su pensamiento de una manera tan similar…
-        ¿Y qué hay de su muerte? Incluso en ello parece asemejarse Franz a los demás…
-        Bueno, hay tres versiones: la primera, que sostiene que se ahorcó ya que sufría una intensa migraña; la segunda, que fue asesinado por una secta; y la tercera, que a mi criterio es la más interesante, afirma que simplemente se desintegró en un acto de contemplación.
-        ¿Desintegrarse? –dije, asombrado
-        Exacto. En cualquier caso, el pretexto surge a raíz de la desaparición de su cuerpo. Nadie sabe dónde se encuentra. Mire, la hipótesis más lógica es la primera, pues Franz contaba con un asistente muy cercano a él. Dicen que se trataba de un adolescente… quizás el muchacho encontró a su maestro colgado, y no tuvo mejor idea que sepultar su cuerpo sin más. Nada se sabe del círculo íntimo de Franz, lo cual podría significar que nadie tendría motivos para reclamar sus restos, en caso de no existir dicho círculo. Como sea, nunca lo sabremos, asumo…
-        ¿Y qué cree que significa la tercera hipótesis? –insistí-
-        Hay quien sugiere que subió un escalón y no prescindió más de su forma física…
-        ¿Y usted cree que es posible? –dije, entre risas-
-       Siendo honesto, la vida misma se encierra en misterios… mire, los engranajes que mantienen al mundo pueden ser fácilmente descifrados, pero tenga usted bien presente lo siguiente: la realidad busca siempre nuevas maneras de conocerse a sí misma, y como tal, no me asombraría que ocurran fenómenos que escapen a lo preestablecido… incluso la tercera hipótesis…
-        Discúlpame, Jorge, pero alejaría esa teoría de toda consideración…
-      Oh, veo que se ha agotado el café –dijo Jorge, reorientando su atención inmediatamente a la estricta necesidad de agasajarme como su huésped- iré a preparar un poco más
-        ¡Gracias! ¡creo que aún me queda algo de espacio en el estómago!
-        Y a mi también –replicó, y partió rumbo a la cocina-

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           Mientras esperaba a mi viejo amigo, aproveché mi tiempo a solas para leer un enigmático pasaje del libro de Franz von Lichte, el cual rezaba lo siguiente en la primera página:

            “De la vacuidad absoluta brotan doce centros de condensación, cada uno de ellos más solidificado que el anterior. A esto refería Platón con los misterios del dodecaedro, el cual es equivalente a los trabajos de Hércules y a las doce tribus de Israel. También el Sabio de Oriente nos habla de ello con su imprescindible teoría de las causas. Diseminada por el mundo la doctrina está, y más bien convenga hundir las raíces del árbol interior en ella, pues en aquello se esconde lo que no puede morir.”
 
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             Adelanté varias hojas al azar, y encontré nuevamente, creo que en la página 26, la idea del árbol como arquetipo filosófico:
           
            “El regreso acontece durante el período de agrietamiento de lo irreal; es allí donde, al igual que la mitología del Norte atestigua con su temible Niddhog, uno mismo roe la raíz del árbol del mundo en el ápice del tiempo, para ahogarse en las aguas mismas del gran vacío, perdiendo todo vínculo con las ataduras que tanto lo han asfixiado. La ignorancia de las causas perpetúa tanto la máscara como el dolor. Inteligente aquel quien, por medio de su comprensión, destruye las criptas del fraude; al igual que la piedra desmorona el cristal una vez arrojada.”

            Un ruido interrumpió mi lectura: se trataba de una taza rota. Jorge había regresado, y por un desvarío impropio de él, dejó caer todo el contenido de la bandeja de metal al suelo. Gran suerte la suya, pues no había más que una taza. Lo ayudé a limpiar, pero algo extraño ocurrió.
            Sus ojos, que en un principio develaban culpa por la taza destrozada, cobraron el vigor del fuego más intenso. Nos encontrábamos ambos en el piso limpiando, cuando Jorge, de repente, soltó el trapo para posar sus arrugadas manos en mis dos hombros, y dijo mirandome fijo a los ojos:

-        ¿Lo has leído, no? ¡¿lo has leído?!
-        ¿Leer… qué? ¡¿qué ocurre?!
-        Sí, lo has leído… ¡y ahora lo sabes! –replicó Jorge, sin oírme-
-        No sé de que me hablas, Jorge, ¿saber qué? ¿qué es lo que te sucede? –dije, asustado, y sin comprender-
-        El secreto ahora te pertenece. Toma todo cuanto veas aquí: es tuyo. Llegará tu día, también. Hasta entonces, busca un sucesor.

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            Y su figura, sólida como hasta entonces, comenzó a evaporarse... ¡si, a evaporarse! No tuve tiempo de gritar, ni tiempo a reaccionar: el saco que hasta entonces tocaban mis dedos, se vio desprovisto gradualmente de la carne que lo sujetaba.
            En cuestión de segundos, toda la ropa que cobijaba a mi amigo se hallaba en el suelo. No entendí qué había ocurrido –y descreo entenderlo aún al día de hoy-, y mucho menos comprendí qué horrores encerraban aquella escena tan irreal.
            El silencio perfumaba los instantes, y en ese entonces vi por la ventana a mi izquierda el sol en su ocaso. Intenté mirarlo sin apartar mi vista, y así me mantuve durante unos siete segundos. Llegué a la conclusión de que Jorge sufrió, posiblemente, el mismo destino que Franz Wilhelm von Lichte. ¿Cómo habría de explicarle todo esto a su mujer? ¡Juro que aquello es lo que más me asustaba! ¡Pobre María! ¿Me creería?
            La oscura profecía de Jorge, sin embargo, era igual de perturbadora… asumo que ya habrá tiempo para pensar en ello. Primero debo salir de aquí.

FIN

M.T.

RELATOS: La Rosa Negra

En un jardín, a medianoche, la rosa negra bebe del agua de la lluvia. Come del barro y de reojo a Luna oscurecida, absuelve el hedor de...