En un jardín, a medianoche, la rosa negra bebe del agua de la lluvia. Come del barro y de reojo a Luna oscurecida, absuelve el hedor de las más frescas fragancias.
Aroma delicioso condenado a la anatema, pues es profetizado por ciertos herbolarios un dolor indeclinable en todo aquel quien comprometa su olfato al reparar en ella.
Que a Plutón consagra el signo, y al desear el bosque se encapricha, bien sabe por color cuan magra es su desdicha.
Y así, cual druida sabedor de espinas y de flores; de plagas y cosechas; de la Luna y sus eclipses; me entrego yo mismo a la proclama: que el hombre sea su propio segador, y en su jardín interior, arranque la rosa negra, que de lluvias por siempre es embriagada.
Aroma delicioso condenado a la anatema, pues es profetizado por ciertos herbolarios un dolor indeclinable en todo aquel quien comprometa su olfato al reparar en ella.
Que a Plutón consagra el signo, y al desear el bosque se encapricha, bien sabe por color cuan magra es su desdicha.
Y así, cual druida sabedor de espinas y de flores; de plagas y cosechas; de la Luna y sus eclipses; me entrego yo mismo a la proclama: que el hombre sea su propio segador, y en su jardín interior, arranque la rosa negra, que de lluvias por siempre es embriagada.
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