Hokkaido fue altar y sepulcro. Condena
y emancipación. Eternidad y sombras de Eternidad.
Primero: Los álamos, testigos
inescrupulosos, oficiaron de sacerdotes en nuestro casorio.
Segundo: El bullicio de esos hombres
orientales, de quiénes tanto nos reíamos, no podía más que balancear la paz de
nuestros silencios.
Tercero: La inquietud de nuestras
esperanzas previas. Más aún las de aquel día en que tu bronceada cabellera se
opacó para siempre.
Cuarto: Los ojos nerviosos, que se pedían
disculpas por hallarse en recíproca necesidad.
Quinto y último: Advertir que todas tus
preguntas ya habían sido respondidas, aún entre lágrimas. Fuiste devorada por
los enigmas.
Tales fueron mis memorias, al ver tus
labios grises besando mi féretro. Siempre te esperaré.
FIN
M.T.