miércoles, 13 de junio de 2018

RELATOS: El Grimorio de Andrágoras

EL GRIMORIO DE ANDRÁGORAS
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Resultado de imagen para invocation grimoire Los antiguos grimorios nos refieren a aquellos seres como criaturas demoníacas; seres corrompidos por, entre otras cosas, el error fatal: negar a Dios. Sin embargo, no se presentó ante mí envuelta en sombras, ni tampoco su lengua era bífida -como sostienen las leyendas de Oriente-. Nada de eso. En su lugar, me enseñó su forma, que asumo yo, era provisoria: algo equiparable a un pequeño agujero negro de proporciones razonables, en cuyo centro se hundía un abismo más allá de la confusa distinción entre el espacio y el infinito.
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Ante esa cosa (porque su constitución física escapaba las limitaciones de la sexualidad) dejé correr el temor. Nada hay en el mundo que escape a la ilusión, salvo aquello que no es del mundo, pensé tiempo después. Apolión, o al menos así se hacía llamar según su conjuración, era un ser imponente dotado de una profunda inteligencia. Su nombre se asocia con el vacío donde reposan aquellos que han fallecido. Él, o ella (o ambos), no era más que el regente de ese vacío. Y como tal, tenía plenas facultades sobre todos ellos.

El sudor descendía por mis mejillas; no lograba conjugar las palabras correctas. Supe entonces, que debía hacerme cargo de mis propias razones. Y así fue como junté coraje para gritar:

-        ¡Quiero que me devuelvas a Azul!
-      Debo asumir que eso es todo, entonces. Otro humano que desespera por un reencuentro
-        No, no es eso… únicamente –dije con impaciencia y miedo de no ser comprendida-.
-       Si has llegado hasta mí, bien deberías saber que no puedo ofrecerte tal satisfacción
-       ¡¿Por qué no?! ¿acaso no eres el… regente? ¿aquel que preside sobre los muertos?
-        Hay cosas que desconoces, que están más allá del umbral de tu comprensión actual. Remover a un ser de su vacío, sin importar cuán importante o especial éste sea, no solo es perjudicial para la persona que hace el pedido… sino también para el mismo ser, como en este caso… Azul, aquella por quien pides.
-      ¿Entonces cuál es el motivo de conjurarte? ¿acaso hay algo que puedas ofrecerme?
-       Ciertamente lo hay
-       Te escucho
-      Desconozco, pues no poseo la omnisciencia requerida, a aquel que escribió las líneas que llegaron a ti bajo la forma de ese grimorio. Probablemente lo haya visto, y lo haya acobijado en sus horas obscuras. Sin embargo, es indudable su profunda ignorancia en cuanto a mí y todo lo que me rodea. Mira, ustedes, los humanos, no soportan la realidad porque no la entienden. Han sido beneficiados de entre todas las criaturas, pues poseen discernimiento. Aún así, no han sabido implementarlo. No han comprendido la verdadera naturaleza de la muerte, ya que ustedes experimentan horror a la absoluta pérdida de la identidad propia. Ustedes piensan que la única forma de inteligencia se manifiesta a través de la individualidad, pues no pueden ver otra cosa…
-    ¡Quiero que me digas qué tienes para ofrecerme de una vez! –lo interrumpí con cierta agresión- ¡necesito ver a Azul!
-    Bien. Considerando tu absoluto desinterés por el conocimiento, te permitiré que actúes a placer, aún con la plena desprotección que la ignorancia puede otorgar. Ven conmigo.

Y lo que sucedió entonces es menos comprensible que verosímil: Apolión, cuya silueta era negra y redondeada con una altura equiparable a mía, consiguió ensanchar su propio “cuerpo”. ¿Difícil de entenderlo, verdad? Lo mismo pensé. Con la flexibilidad de un danzarín extendió sus propios límites corporales en varios metros, de forma tal que su figura se transformó en una especie de puerta. “Entra” dijo, con voz profunda y gutural; y con cierto resquemor, obedecí. Caminé lentamente a través suyo, como si cruzara el umbral de los ensueños.
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Y lo que ocurrió luego fue aún más increíble. Ante mi erguíase un paisaje surreal, onírico y claroscuro; inviable a los ojos del mundo. Las formas no se correspondían geométricamente, y no existían ataduras como el peso o la gravedad. Todo lo que veía era imposible; y sin embargo allí me encontraba. Apolión desapareció, pero al mismo tiempo aún permanecía allí… lo sentía. Es extraño explicarlo. Ahora ya no necesitaba de un cuerpo como el que poseía minutos atrás, pues toda esa nueva extensión de espacio (del cual yo era parte) era su propio cuerpo. No podía autodelimitarse como todos los seres que contenía sobre sí mismo, los cuales, a modo de anécdota, no alcanzaba a contabilizar dado su casi infinito número.

Resultado de imagen para balls of lightNo sabría precisar cómo hacía para moverme y desplazarme a gusto por cualquier dirección. No estaba caminando, pero tampoco me quedaba quieta. Solo sé que había estado allí mucho tiempo atrás. Observé una miríada de luces esféricas, todas ellas reposando en plena quietud. Por momentos conseguía descifrar cierto patrón de movimiento rítmico, como si estas luces respirasen. Aun así, jamás se alejaban de su posición. Comprendí que todas estas luces correspondían a los muertos del mundo.

-      ¿Quieres que te indique dónde está Azul? –dijo Apolión con una vibrante voz que se oía en todas las direcciones-
-        Por favor, sí –respondí-

Y entonces, de entre todas las esferas de luz, una se distinguió las demás. Su color, inicialmente de un blanco intenso y cristalino, se vio modificado. Aquel color no existía, es decir, jamás lo había visto en mi vida. No era rojo, ni tampoco verde; mucho menos amarillo o naranja. Era un color nuevo, de imposible descripción. Al verla, me dirigí hacia ella, aunque por orden de Apolión, se me prohibió tocarla.

Al ver su esencia desnuda, y su inmenso resplandor me sentí pequeña; como si mirase el inminente choque de la estrella más colosal contra un mundo desprotegido. Y luego de mucho contemplar su calma, ocurrió algo perturbador: sobre la superficie de esa esfera de profunda luminosidad, apareció una cara. Mi cara.
Resultado de imagen para andragoras satrapaNada de todo esto me había sido anticipado por el grimorio, que por cierto, se titulaba El Grimorio de Andrágoras. En él solo se daba información escueta sobre Apolión, su función y una incompleta biografia; además de los métodos para su invocación. El libro, de anónimo autor, se volvió muy famoso en los círculos ocultistas europeos en los últimos dos siglos. No recuerdo como llegué a él, asumo que mi abuelo lo habrá heredado a través de alguien ajeno a la familia; y yo lo habré heredado de él luego de su muerte. Supe entonces que una antigua copia del grimorio (rebautizada como Al-Kitab Min Al-Haw’amish, o El libro de los abismos en árabe) circuló en la península arábiga durante los siglos XIII y XIV, siendo ésta erróneamente atribuida al sufí Ahmad Ibn Ata'Illah. Poco es sabido en cuanto a su autor real, pero cierto es que difícilmente pertenezca a aquel sufí alejandrino.

https://i2.wp.com/paginasarabes.com/wp-content/uploads/2018/05/beduina500.jpgLa leyenda comenta que Andrágoras, luego de perder sucesivas batallas contra Arsaces de Partia, decidió consultar a un sabio de origen hebreo, quien se encontraba prisionero por motivos desconocidos. Andrágoras, en su oculta desesperación, le propuso un trato: otorgarle su libertad, a cambio de que él escribiera un texto que pudiese brindarle poder absoluto en el campo de batalla; y así triunfar por sobre Arsaces.  El sabio, dice la leyenda, accedió pero terminó engañándolo. En el texto volcó parte de todo su conocimiento prohibido, y una vez lo hubo terminado, se lo entregó a Andrágoras. “Invoca al señor de los abismos, y pídele la devolución de todas tus bajas en batalla” se rumorea que le dijo al sátrapa, “y triunfarás sobre tu enemigo” sentenció. Y así fue que Andrágoras, haciéndole caso, invocó a Apolión. La historia nos habla de su muerte en batalla, pero cierto es que no existen pruebas de aquello, pues su cuerpo nunca fue hallado. Andrágoras, sin motivo aparente, desapareció en el peor de los momentos; sus subordinados perecieron a raíz de la acefalía militar y el sabio cuentan que huyó, para nunca más ser visto por ojos humanos.

Resultado de imagen para arsacesArsaces, desorientado al no encontrar el cuerpo de su contrincante luego de su implacable triunfo, permitió que se modifiquen los registros: sentíase él honrado por las batallas ofrecidas en nombre de su rival, Andrágoras, las cuales habían sido complejas y honorablemente disputadas; como recompensa, anunció su deceso junto a todos sus compañeros. No veía en su desaparición un acto de deserción, pues era incompatible con su virtud como líder mostrada hasta ese entonces –y de ser ese el caso, no tendría a quien acudir, y eso aseguraba la victoria-. De cualquier modo, apilaron los cuerpos restantes en una fosa cerca del campamento de Andrágoras.

Una vez concluida la labor de sepultar los cadáveres, un soldado encontró algo que le llamó la atención: un símbolo, junto a un manuscrito. Yacían en el suelo, dentro del campamento. Parecía que alguien había dibujado un círculo con sangre, y una langosta dentro de él. Fue notificado de ésto Arsaces y se dirigió inmediatamente hacia allí. Al verlo, temió profundamente por su vida y la de sus compatriotas, pues reconoció al instante el empleo de fuerzas desconocidas en aquel lugar. Ordenó a un soldado que incinere el manuscrito y que arrojase las cenizas al árbol más cercano. El soldado, de nombre Orodes, no acató la orden y escondió el manuscrito, permitiendo que al cabo de varios milenios logre yo llegar a él.

Y todo esto, para que mi rostro se reflejase en la esférica luminosidad de Azul. Grité su nombre, y grité sus desventuras y sus amores; también sus pasiones y sus miedos. Poco hacía efecto en ella, pues ya no era Azul. Ella, o lo que quedaba de ella, era idéntica a todas las demás bolas luminosas que descansaban a su lado.

Al comprender la situación, decidí volver. Pero cuando le comuniqué a Apolión mi decisión, se rehusó. Quedé petrificada, mirando a las abstractas extensiones del espacio.

-      ¿Por qué no me permites volver?
-     Tu ignorancia te ha desprotegido, y yo te lo advertí. No puedo permitirte que regreses, pues no es nuestra intención que comuniques todo lo que has visto.

Resultado de imagen para waiting painting illustrationGrité y el horror se adueñó de mi devenir. Mis súplicas no fueron escuchadas. No sé qué es Dios ni qué papel desempeña. Quizás Dios sea Apolión, o tal vez se oponga a él. Lo único que sé, es que me mantengo apresada en el limbo entre los mundos, esperando que alguien muera, y otro alguien lo sufra... y en su dolor, cometa mi error. Así podré yo escapar, y llevar mis memorias a los hombres -este texto, que ha sido escrito con las estériles hojas del antiguo grimorio-, para que nadie ya cruce el umbral. Apolión no quiso precisar por cuánto tiempo me quedaré… quizás me ahogue en la eternidad, pero aquí aguardaré pues yo sé que alguien vendrá.



FIN


M.T.

miércoles, 6 de junio de 2018

RELATOS: El hombre que amaba el viento

EL HOMBRE QUE AMABA EL VIENTO 

El titubeo espectral de una brisa que se va: aquel viejo anhelo corría por la mente del dios. Cansado estaba de enjuiciar a los putrefactos cadáveres, quienes clamaban salvación. Su tarea divina, devenida en burocracias cósmicas, se tornó insoportable. No era el único; a su lado yacía el hambriento animal, cuya tarea radicaba en devorar a los indignos, seres que le han fallado a la Ley Mayor. 

Resultado de imagen para ammit egipcioLa Bestia, desprovista de lucidez intelectual, entendía su labor como un ciclo infinito de apatías entremezcladas con la glotonería propia de su esencia. Carecía del conocimiento del dios, quien a su lado trabajaba. Pero el aburrido animal, sin nombre y sin devenir, no hacía preguntas. No podía hacerlas. El dios, por su condición divina, no podía escapar de ellas; y éstas eran su condena. 

Atormentado, solía escapar de su prisión de oro. Para que su labor no quedara inconclusa, y no vagara alma sin paraíso, siempre pergeñaba el mismo plan: dotaba momentáneamente de inmortalidad a los seres de las bajas y altas esferas -incluídos los hombres-, sin que todos ellos lo supiesen. Podía lograrlo sin inconvenientes… era una deidad al fin y al cabo, y conocía los secretos necesarios. 

Resultado de imagen para odin old manPero el plan no concluía allí: moldeaba su cuerpo sin forma en un cuerpo sólido, rígido, de características humanas. Veía en estas criaturas un encanto superior, un encanto inexistente en todas las demás. Y su pasatiempo era perderse entre ellas, en sus tierras, sus caminos, sus pueblos, sus ríos y praderas, sus arenas y sus islas; le resultaba divertido. Por breves instantes, recordaba la vieja esencia de los mortales. Recordaba como él se había negado a sí mismo para volverse un dios, largos ciclos atrás. Como había negado a sus amigos, su familia, sus pasiones: todo cuanto él era y amaba; todo por una vana apoteosis. Pero había algo que él, quizá en silencio, guardaba para sí. El viento. El amor al viento.

Cuando era humano, era un hombre solitario. Nadie en su pueblo recordaba haberlo visto, ya que rara vez él se mostraba. Ya de joven, y antes de que la noche tragara al antiguo sol, se alejaba de sus pares y se iba a una colina cercana. La colina brillaba, verdosa, incluso por las noches. Allí fue que deseó la inmortalidad. Deseaba brillar como las hojas para siempre. Y entre jacarandás y cipreses, solía descansar en los suelos. El viento exhalaba su omnipresencia, y él se sentía completo.

Resultado de imagen para ancient thiefY entonces ocurrió: un hombre, de carne robusta y cara añeja, intentó matarlo. Nunca antes había sentido tal temor. La colina, símbolo de paz en una tierra ensangrentada por las guerras, se vio profanada. El hombre, un tonto ladrón, llevaba consigo una espada. Su hoja parecía poco afilada, y su empuñadura carcomida por los años. El dios del futuro echó a correr, venciendo a su temor interno; el hombre, por su parte, lo acechaba como jaguar a su presa.

Ambos llegaron a la aldea, y como es lógico suponer, todos dormían. La noche misma intimidaba. El dios, en su desesperación, encontró un barril de manzanas. Como había logrado desorientar a su enemigo minutos atrás, vació el contenido del barril y se escondió en él. Una táctica realmente pobre. Su enemigo, aún ignorante de todo esto, divisó en su búsqueda algunas manzanas en el suelo, veinte pasos alejado de la encrucijada donde yacía el barril, invisible a él. Se acercó un tanto más, y encontró todos los frutos restantes junto al barril, que ahora lograba vislumbrar completamente.

¡Ahí estas! –dijo el hombre, y rio bruscamente-

Y mientras el dios tapaba su rostro con sus brazos, ante el inminente ataque de la espada, su madre irrumpió en la escena, recibiendo en su lugar una herida que cruzaba todo el esternón. El ladrón no comprendió lo ocurrido, y se largó, por temor a duras represalias.

El dios, perturbado por lo acontecido, se acercó a su madre y, entre lágrimas, le gritó:

¡¿Qué hacías aquí, mamá?! ¡¿qué estabas haciendo?! ¡¿Por qué?!

Todas las noches, yo te observo en la colina, por miedo a que te suceda algo –dijo su madre, agonizante-. Vi todo, y corrí a defenderte, y tardé en llegar porque soy vieja, muy vieja.

Y con una triste sonrisa, su boca se llenó de sangre, y sus ojos se nublaron. Había muerto.

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Y fue allí, durante el funeral, que corrió el viento más intenso que jamás padeció la aldea. Aun así, el recuerdo de aquel profundo temporal no lograba abatirlo. Ya en su condición de dios, veía en el viento el emblema de la vida; quizá el misterio mismo de la existencia. Vio a su madre partir en el viento, y vio las hojas de los oscuros árboles danzar junto a él. Muerte y vida, en ciclos indefinidos de singular perpetuidad.

Y precisamente por ello solía tomar la forma humana, y vagar por los mundos. Decíase a sí mismo que los hombres gozaban más de los vientos que las mismas aves, puesto que para ellas, este medio era lo común, lo mundano...

Y erró por los caminos, hasta que por las praderas de un olvidado continente del Sur, volvió a cruzarse al ladrón, quien lo reconoció, acaso por su mirada. Sus facciones no eran las mismas ya, se veía en él un hombre amargado, entregado. Su pelo constaba de la fragilidad de las nieves, y la muerte lo acechaba al andar. Y al verse entre sí, hubo resquemores. El viejo ladrón pensó en atacar, pero el solo hecho de pensarlo hizo que el dios omnisciente, cuya esencia sangraba por el dolor de lo pasado, le anulara la inmortalidad al ladrón y lo asesinara en el acto.

Y el hombre cayó fulminado en los suelos, no sin antes renacer con las pieles resquebrajadas, sus caderas achatadas y su columna retorcida: frente al dios, se erguía la Bestia, su bestia, su viejo compañero, quien a su sorpresa, carcajeaba frente a él. Supo entonces la divinidad que las venganzas eran inútiles, y que había cometido un error. Comprendía abiertamente que el crimen de asesinar por recelo era inadmisible a su condición de figura sobrenatural. La Ley Mayor así lo indicaba.

Resultado de imagen para nemesis greciaPronto, y frente a un tribunal compuesto por la Bestia, una enigmática luz sin forma, y todas las almas que ya habían ganado su eternidad, el dios dejó de ser dios, y junto a ello, perdió todas sus cualidades divinas. Fue condenado a vivir de nuevo como mortal, perdiendo todos sus recuerdos.  Y se reencontró con su aldea, con su gente, con su madre...

Y llegadas las altas horas de la noche, emprendió su solitario camino hacia la colina, una vez más. Porque el hombre amaba el viento. 



FIN

                                                                       M.T.

domingo, 3 de junio de 2018

RELATOS: El Restaurador

ACLARACIÓN PREVIA 

Las imágenes son ilustraciones de Gustave Doré sobre la Divina Comedia. Recomiendo que averigüen sobre este increíble artista en otro momento.
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EL RESTAURADOR
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  Escribo para que los registros del devenir atestigüen la única verdad. Escribo para las generaciones que me sucederán. Escribo por los hombres, quienes han sido capaces de aberraciones inconcebibles. Escribo por mis guías y regentes. Y por sobre todo, decido inclinarme voluntariamente frente al tribunal de los Seres Perfeccionados en busca de su infatigable luminosidad, pues yo, o lo que quede de mí debe emprender un arduo viaje. Debo retomar el sendero de la iniciación, una vez más.
  Mi labor ha concluido, y soy consciente de las consecuencias. Mi guía ha procurado que reconsidere mi posición, puesto que para él (y para todos a quienes he tratado) personifico el arte de la restauración. Nombre no tengo, sería inútil tenerlo. Los hombres, en su ignorancia, no conciben cuánto aferramiento hay en la necesidad de los nombres; no comprenden la invariable y cíclica sucesión de ilusiones, ya que son en ella. El nombre atenta contra la naturaleza interior. Aun así, mis guías me han condecorado con el título de Serpiente, y así me han referido las entidades de mayor y menor grado.
  He sucumbido bajo el manto del dolor. Se procura, en mi condición de restaurador, que abandonemos todo aspecto de la naturaleza pasional de los seres ilusorios. Pero no lo he logrado. Aquellos seres ilusorios, los humanos, tampoco han contribuido a mi causa. Nunca se habían atrevido a tanto en su esfera de realidad causal.
  Se me había encomendado a descender a las bajas abstracciones, con la finalidad de restaurar los complejos evolutivos de varios seres. Considerando que aquel operativo rara vez me era solicitado, sentí inmediatamente el llanto del abismo. Pero he sido descuidado, y por aquello he de purgarme al iniciar el sendero nuevamente.
  El acto de restauración es un arte poco explorado por los seres de las altas esferas. En nuestra esfera, se trataba principalmente de básicas sanaciones de índole vibratoria. Cuanto mucho, perfeccionábamos el arte del suave despojo en seres ilusorios que habían cometido faltas realmente graves para su propio balance personal. El suave despojo se trata de un arte exótico, debido a la poca cantidad de seres ilusorios disponibles capaces de ameritar su tratamiento. Aun así, es una técnica sencilla, y la he perfeccionado como pocos.
  Por mis aguas cristalizadas en luz han circulado entidades humanas previamente desencarnadas cuyos nombres no he de ofrecer (por lo que he dicho inicialmente), pero sí he de sugerir: altos mandos militares de la civilización humana; asesinos secuenciales, y por último, políticos, quienes su alto nivel de codicia removía casi por completo su luz. ¡Pobres vagabundos en la oscuridad! ¡si tan solo husmearan en sí mismos a través de la contemplación!
  Cierto es que el suave despojo de la oscuridad remanente que impregna una entidad conlleva un duro entrenamiento previo, pero he logrado entender los procesos necesarios para concretarlo con mucha simpleza.
  ¿Pero aquello? ¿por qué tenía que ocurrir? los designios de la causalidad son realmente extraños. Luego de aquella situación perdí total comprensión de los destinos colectivos. Los hombres han creado un abismo, y no lo saben. Y aquel abismo, entendí luego, es capaz de engendrar las más horrendas bifurcaciones de luz que jamás haya atestiguado en cualquier esfera.
  Aconteció que los hombres forjaron la más destructiva de las armas (desearía no saber qué entidad atribulada fue capaz de beber de las aguas del abismo... cosa que tristemente no sucederá), y decidieron emplearla en humanos indefensos. Las contiendas bélicas son peligrosas para los seres de las altas esferas, como yo. Al involucrarse en ellas, corren riesgo de beber del abismo inconscientemente, y así descender durante largos eones de irrealidad a las bajas esferas, perdiendo su evolución tan difícilmente obtenida. Por ello, se procura enviar a seres especializados para salvaguardar a los caídos. Yo era uno de esos seres. Pero cuando se me solicitó asistir a la contienda, se me notificó que algo andaba mal esta vez y debía investigarlo. Confiaron en mí dada mi reputación, pero he fallado.
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  Al descender, observé una profunda nube, cuyo corazón era una luz arrolladora de oscuras intenciones. Éramos conscientes del uso del material denominado pólvora, pero esto era algo distinto. La nube se extendía por largas distancias y me obnubilaba. Una fuerte sacudida vibratoria llegó entonces. La intensidad de lo que estábamos experimentando se veía fortalecida por la difícil adaptación a la esfera de realidad en la que estábamos trabajando. Al ser un plano de baja abstracción, su densidad era mayor; por ende las dificultades eran más que considerables dada nuestra condición.
  A mi lado yacían otros restauradores. Era difícil mantener cierto orden en tal caos. Esta vez éramos muchos los que trabajábamos codo a codo, quizá el triple que en ocasiones de alto riesgo, lo cual me hacía sentir presionado. Yo era, quizá, el de mejor reputación, y disponía temporalmente del liderazgo colectivo sobre los demás restauradores. Cabe destacar lo impredecible de la situación.
  Recuerdo ver algunos de mis compañeros (inexpertos que fueron solicitados por lo inédito de las circunstancias) que bebían del abismo. Era difícil para ellos resistirse, más en una situación ideal como aquella. Pocos quedamos en actividad, pero rápidamente comprendí que mis labores eran inútiles. El suave despojo no era precisamente lo que debíamos hacer. Esto era algo mucho más profundo, más aterrador. Mi esencia cedió a la desesperación al comprender que los seres ante mí se deshacían. Sus complejos de cuerpo, mente y espíritu se disgregaban con una apabullante facilidad, reduciéndose a la inexistencia. No había técnica a mi alcance capaz de salvaguardar esas entidades. Aquella maldita arma humana había sido capaz de la más terrible de las acciones. Tan pronto comprendí mi inutilidad y la de todos a mi alrededor, incité a los pocos restauradores en pie a que volvieran conmigo hacia las altas esferas, en busca de guías y regentes en un desesperado grito de ayuda.
  Al regresar, los Seres Perfeccionados comprendieron la situación una vez explicada, y dispusieron de sus mejores entidades para que volvieran conmigo y los demás hacia la escena del horror. Una vez allí, observé el delicado accionar de ciertos guías e intenté imitarlos. He aquí mi error: yo, que con desdén contemplé a los restauradores mientras bebían del abismo, me vi sometido al mismo tipo de contemplación por parte de mis guías al intentar imitarlos. La situación me hizo responder de tal modo al ver que ellos no daban abasto con todas las entidades damnificadas, y en mi accionar contribuí a que un puñado de entidades se perdieran en la inexistencia. 
 

  Bajo nuestros preceptos, la inexistencia no es algo tortuoso, como los humanos imaginan. La inexistencia no es más que la pura potencialidad; más grande que la mayor abstracción concebible. Las causas mayores del responden a aquel concepto. Una vez desde “allí”, solo queda retomar el arduo camino de iniciación por las esferas menores, para finalmente ascender a las esferas superiores en un proceso casi infinito que en última instancia terminará donde comenzó: en la inexistencia. El problema aquí, radica en que esas entidades que no pudieron ser salvada por mí, traen un desbalance vibratorio absoluto en todas las esferas, de la más abstracta a la más densa. No me es permitido expresar con claridad la totalidad de conceptos que los humanos no comprenden aún. La carne los adormece, y es preciso dejar esto aquí afirmado. Pero he sido culpable de atentar indirectamente contra la integridad de todas las entidades del universo manifestado e inmanifestado.
  Al ejecutar con negligencia las técnicas imitadas, mis guías me detuvieron inmediatamente y solicitaron mi retirada. Su compasión me excede, puesto que no estaba en sus planes tomar represalia alguna contra mí. Reparar mis errores corre por mi cuenta, y he decidido obrar del mismo modo. Me someteré a la inexistencia, y volveré a emprender todos los caminos que alguna vez emprendí. Quizás para cuando se acerquen los instantes, los seres ya no beberán del abismo creado por los humanos, y no me veré forzado a malograr mis empeños. Mi error es ineludible, y la retribución debe estar a la altura por más que los Seres Perfeccionados insistan en lo contrario. Pido perdón, y para todo aquel que acceda a estos registros: conozca sus propias limitaciones, sea prudente y purifíquese. La ascensión aguarda para todos nosotros, pero debemos ser dignos de ella. Paz.
FIN
M.T.

RELATOS: La Rosa Negra

En un jardín, a medianoche, la rosa negra bebe del agua de la lluvia. Come del barro y de reojo a Luna oscurecida, absuelve el hedor de...