ACLARACIÓN PREVIA
Las imágenes son ilustraciones de Gustave Doré sobre la Divina Comedia. Recomiendo que averigüen sobre este increíble artista en otro momento.
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Las imágenes son ilustraciones de Gustave Doré sobre la Divina Comedia. Recomiendo que averigüen sobre este increíble artista en otro momento.
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EL RESTAURADOR
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Escribo para que los registros del devenir atestigüen
la única verdad. Escribo para las generaciones que me sucederán. Escribo por
los hombres, quienes han sido capaces de aberraciones inconcebibles. Escribo
por mis guías y regentes. Y por sobre todo, decido inclinarme voluntariamente
frente al tribunal de los Seres Perfeccionados en busca de su infatigable
luminosidad, pues yo, o lo que quede de mí debe emprender un arduo viaje. Debo
retomar el sendero de la iniciación, una vez más.
Mi labor ha concluido, y soy consciente de las
consecuencias. Mi guía ha procurado que reconsidere mi posición, puesto que
para él (y para todos a quienes he tratado) personifico el arte de la
restauración. Nombre no tengo, sería inútil tenerlo. Los hombres, en su
ignorancia, no conciben cuánto aferramiento hay en la necesidad de los nombres;
no comprenden la invariable y cíclica sucesión de ilusiones, ya que son en ella. El nombre atenta contra la
naturaleza interior. Aun así, mis guías me han condecorado con el título de Serpiente,
y así me han referido las entidades de mayor y menor grado.
He sucumbido bajo el manto del dolor. Se procura, en
mi condición de restaurador, que abandonemos todo aspecto de la naturaleza
pasional de los seres ilusorios. Pero no lo he logrado. Aquellos seres
ilusorios, los humanos, tampoco han contribuido a mi causa. Nunca se habían
atrevido a tanto en su esfera de realidad causal.
Se me había encomendado a descender a las bajas
abstracciones, con la finalidad de restaurar los complejos evolutivos de varios
seres. Considerando que aquel operativo rara vez me era solicitado, sentí
inmediatamente el llanto del abismo. Pero he sido descuidado, y por aquello he
de purgarme al iniciar el sendero nuevamente.
El acto de restauración es un arte poco explorado por
los seres de las altas esferas. En nuestra esfera, se trataba principalmente de básicas sanaciones de
índole vibratoria. Cuanto mucho, perfeccionábamos el arte del suave despojo en seres ilusorios que habían cometido faltas realmente graves para su propio balance
personal. El suave despojo se trata de un arte exótico, debido a la poca
cantidad de seres ilusorios disponibles capaces de ameritar su tratamiento. Aun
así, es una técnica sencilla, y la he perfeccionado como pocos.
Por mis aguas cristalizadas en luz han circulado
entidades humanas previamente desencarnadas cuyos nombres no he de
ofrecer (por
lo que he dicho inicialmente), pero sí he de sugerir: altos mandos
militares de
la civilización humana; asesinos secuenciales, y por último, políticos,
quienes su alto nivel de codicia removía casi por completo su luz.
¡Pobres vagabundos en la oscuridad! ¡si tan solo husmearan en sí mismos a
través de la contemplación!
Cierto es que el suave despojo de la oscuridad remanente que
impregna una entidad conlleva un duro entrenamiento previo, pero he logrado
entender los procesos necesarios para concretarlo con mucha simpleza.
¿Pero aquello? ¿por qué tenía que ocurrir? los
designios de la causalidad son realmente extraños. Luego de aquella situación
perdí total comprensión de los destinos colectivos. Los hombres han creado un
abismo, y no lo saben. Y aquel abismo, entendí luego, es capaz de engendrar las
más horrendas bifurcaciones de luz que jamás haya atestiguado en cualquier
esfera.
Aconteció que los hombres forjaron la más destructiva
de las armas (desearía no saber qué entidad atribulada fue capaz de beber de
las aguas del abismo... cosa que tristemente no sucederá), y decidieron
emplearla en humanos indefensos. Las contiendas bélicas son peligrosas para los seres de
las altas esferas, como yo. Al involucrarse en ellas, corren riesgo de beber del abismo
inconscientemente, y así descender durante largos eones de irrealidad a las
bajas esferas, perdiendo su evolución tan difícilmente obtenida. Por ello, se
procura enviar a seres especializados para salvaguardar a los caídos. Yo era
uno de esos seres. Pero cuando se me solicitó asistir a la contienda, se me
notificó que algo andaba mal esta vez y debía investigarlo. Confiaron en mí
dada mi reputación, pero he fallado.
Al descender, observé una profunda nube, cuyo corazón
era una luz arrolladora de oscuras intenciones. Éramos conscientes del uso del
material denominado pólvora, pero esto era algo distinto. La nube se extendía
por largas distancias y me obnubilaba. Una fuerte sacudida vibratoria llegó entonces.
La intensidad de lo que estábamos experimentando se veía fortalecida por la
difícil adaptación a la esfera de realidad en la que estábamos trabajando. Al ser un plano de
baja abstracción, su densidad era mayor; por ende las dificultades eran
más que considerables dada nuestra condición.
A mi lado yacían otros restauradores. Era difícil
mantener cierto orden en tal caos. Esta vez éramos muchos los que trabajábamos codo
a codo, quizá el triple que en ocasiones de alto riesgo, lo cual me hacía
sentir presionado. Yo era, quizá, el de mejor reputación, y disponía
temporalmente del liderazgo colectivo sobre los demás restauradores. Cabe
destacar lo impredecible de la situación.
Recuerdo ver algunos de mis compañeros (inexpertos que
fueron solicitados por lo inédito de las circunstancias) que bebían del abismo.
Era difícil para ellos resistirse, más en una situación ideal como aquella.
Pocos quedamos en actividad, pero rápidamente comprendí que mis labores eran
inútiles. El suave despojo no era precisamente lo que debíamos hacer. Esto era
algo mucho más profundo, más aterrador. Mi esencia cedió a la desesperación al
comprender que los seres ante mí se deshacían. Sus complejos de cuerpo, mente y
espíritu se disgregaban con una apabullante facilidad, reduciéndose a la
inexistencia. No había técnica a mi alcance capaz de salvaguardar esas
entidades. Aquella maldita arma humana había sido capaz de la más terrible de
las acciones. Tan pronto comprendí mi inutilidad y la de todos a mi alrededor,
incité a los pocos restauradores en pie a que volvieran conmigo hacia las altas
esferas, en busca de guías y regentes en un desesperado grito de ayuda.
Al regresar, los Seres Perfeccionados comprendieron la situación una vez explicada, y dispusieron de sus mejores entidades para que volvieran conmigo y
los demás hacia la escena del horror. Una vez allí, observé el delicado accionar
de ciertos guías e intenté imitarlos. He aquí mi error: yo, que con desdén
contemplé a los restauradores mientras bebían del abismo, me vi sometido al
mismo tipo de contemplación por parte de mis guías al intentar imitarlos. La
situación me hizo responder de tal modo al ver que ellos no daban abasto con
todas las entidades damnificadas, y en mi accionar contribuí a que un puñado de
entidades se perdieran en la inexistencia.
Bajo nuestros preceptos, la inexistencia no es algo
tortuoso, como los humanos imaginan. La inexistencia no es más que la pura
potencialidad; más grande que la mayor abstracción concebible. Las causas
mayores del responden a aquel concepto. Una vez desde “allí”, solo queda
retomar el arduo camino de iniciación por las esferas menores, para finalmente
ascender a las esferas superiores en un proceso casi infinito que en última
instancia terminará donde comenzó: en la inexistencia. El problema aquí, radica en que esas
entidades que no pudieron ser salvada por mí, traen un desbalance vibratorio
absoluto en todas las esferas, de la más abstracta a la más densa. No me es
permitido expresar con claridad la totalidad de conceptos que los humanos no
comprenden aún. La carne los adormece, y es preciso dejar esto aquí afirmado. Pero
he sido culpable de atentar indirectamente contra la integridad de todas las
entidades del universo manifestado e inmanifestado.
Al ejecutar con negligencia las técnicas imitadas, mis
guías me detuvieron inmediatamente y solicitaron mi retirada. Su compasión me
excede, puesto que no estaba en sus planes tomar represalia alguna contra mí.
Reparar mis errores corre por mi cuenta, y he decidido obrar del mismo modo. Me
someteré a la inexistencia, y volveré a emprender todos los caminos que alguna
vez emprendí. Quizás para cuando se acerquen los instantes, los seres ya no
beberán del abismo creado por los humanos, y no me veré forzado a malograr mis
empeños. Mi error es ineludible, y la retribución debe estar a la altura por
más que los Seres Perfeccionados insistan en lo contrario. Pido perdón, y para
todo aquel que acceda a estos registros: conozca sus propias limitaciones, sea
prudente y purifíquese. La ascensión aguarda para todos nosotros, pero debemos
ser dignos de ella. Paz.
FIN
M.T.
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