domingo, 3 de junio de 2018

RELATOS: El Restaurador

ACLARACIÓN PREVIA 

Las imágenes son ilustraciones de Gustave Doré sobre la Divina Comedia. Recomiendo que averigüen sobre este increíble artista en otro momento.
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EL RESTAURADOR
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  Escribo para que los registros del devenir atestigüen la única verdad. Escribo para las generaciones que me sucederán. Escribo por los hombres, quienes han sido capaces de aberraciones inconcebibles. Escribo por mis guías y regentes. Y por sobre todo, decido inclinarme voluntariamente frente al tribunal de los Seres Perfeccionados en busca de su infatigable luminosidad, pues yo, o lo que quede de mí debe emprender un arduo viaje. Debo retomar el sendero de la iniciación, una vez más.
  Mi labor ha concluido, y soy consciente de las consecuencias. Mi guía ha procurado que reconsidere mi posición, puesto que para él (y para todos a quienes he tratado) personifico el arte de la restauración. Nombre no tengo, sería inútil tenerlo. Los hombres, en su ignorancia, no conciben cuánto aferramiento hay en la necesidad de los nombres; no comprenden la invariable y cíclica sucesión de ilusiones, ya que son en ella. El nombre atenta contra la naturaleza interior. Aun así, mis guías me han condecorado con el título de Serpiente, y así me han referido las entidades de mayor y menor grado.
  He sucumbido bajo el manto del dolor. Se procura, en mi condición de restaurador, que abandonemos todo aspecto de la naturaleza pasional de los seres ilusorios. Pero no lo he logrado. Aquellos seres ilusorios, los humanos, tampoco han contribuido a mi causa. Nunca se habían atrevido a tanto en su esfera de realidad causal.
  Se me había encomendado a descender a las bajas abstracciones, con la finalidad de restaurar los complejos evolutivos de varios seres. Considerando que aquel operativo rara vez me era solicitado, sentí inmediatamente el llanto del abismo. Pero he sido descuidado, y por aquello he de purgarme al iniciar el sendero nuevamente.
  El acto de restauración es un arte poco explorado por los seres de las altas esferas. En nuestra esfera, se trataba principalmente de básicas sanaciones de índole vibratoria. Cuanto mucho, perfeccionábamos el arte del suave despojo en seres ilusorios que habían cometido faltas realmente graves para su propio balance personal. El suave despojo se trata de un arte exótico, debido a la poca cantidad de seres ilusorios disponibles capaces de ameritar su tratamiento. Aun así, es una técnica sencilla, y la he perfeccionado como pocos.
  Por mis aguas cristalizadas en luz han circulado entidades humanas previamente desencarnadas cuyos nombres no he de ofrecer (por lo que he dicho inicialmente), pero sí he de sugerir: altos mandos militares de la civilización humana; asesinos secuenciales, y por último, políticos, quienes su alto nivel de codicia removía casi por completo su luz. ¡Pobres vagabundos en la oscuridad! ¡si tan solo husmearan en sí mismos a través de la contemplación!
  Cierto es que el suave despojo de la oscuridad remanente que impregna una entidad conlleva un duro entrenamiento previo, pero he logrado entender los procesos necesarios para concretarlo con mucha simpleza.
  ¿Pero aquello? ¿por qué tenía que ocurrir? los designios de la causalidad son realmente extraños. Luego de aquella situación perdí total comprensión de los destinos colectivos. Los hombres han creado un abismo, y no lo saben. Y aquel abismo, entendí luego, es capaz de engendrar las más horrendas bifurcaciones de luz que jamás haya atestiguado en cualquier esfera.
  Aconteció que los hombres forjaron la más destructiva de las armas (desearía no saber qué entidad atribulada fue capaz de beber de las aguas del abismo... cosa que tristemente no sucederá), y decidieron emplearla en humanos indefensos. Las contiendas bélicas son peligrosas para los seres de las altas esferas, como yo. Al involucrarse en ellas, corren riesgo de beber del abismo inconscientemente, y así descender durante largos eones de irrealidad a las bajas esferas, perdiendo su evolución tan difícilmente obtenida. Por ello, se procura enviar a seres especializados para salvaguardar a los caídos. Yo era uno de esos seres. Pero cuando se me solicitó asistir a la contienda, se me notificó que algo andaba mal esta vez y debía investigarlo. Confiaron en mí dada mi reputación, pero he fallado.
Imagen relacionada
  Al descender, observé una profunda nube, cuyo corazón era una luz arrolladora de oscuras intenciones. Éramos conscientes del uso del material denominado pólvora, pero esto era algo distinto. La nube se extendía por largas distancias y me obnubilaba. Una fuerte sacudida vibratoria llegó entonces. La intensidad de lo que estábamos experimentando se veía fortalecida por la difícil adaptación a la esfera de realidad en la que estábamos trabajando. Al ser un plano de baja abstracción, su densidad era mayor; por ende las dificultades eran más que considerables dada nuestra condición.
  A mi lado yacían otros restauradores. Era difícil mantener cierto orden en tal caos. Esta vez éramos muchos los que trabajábamos codo a codo, quizá el triple que en ocasiones de alto riesgo, lo cual me hacía sentir presionado. Yo era, quizá, el de mejor reputación, y disponía temporalmente del liderazgo colectivo sobre los demás restauradores. Cabe destacar lo impredecible de la situación.
  Recuerdo ver algunos de mis compañeros (inexpertos que fueron solicitados por lo inédito de las circunstancias) que bebían del abismo. Era difícil para ellos resistirse, más en una situación ideal como aquella. Pocos quedamos en actividad, pero rápidamente comprendí que mis labores eran inútiles. El suave despojo no era precisamente lo que debíamos hacer. Esto era algo mucho más profundo, más aterrador. Mi esencia cedió a la desesperación al comprender que los seres ante mí se deshacían. Sus complejos de cuerpo, mente y espíritu se disgregaban con una apabullante facilidad, reduciéndose a la inexistencia. No había técnica a mi alcance capaz de salvaguardar esas entidades. Aquella maldita arma humana había sido capaz de la más terrible de las acciones. Tan pronto comprendí mi inutilidad y la de todos a mi alrededor, incité a los pocos restauradores en pie a que volvieran conmigo hacia las altas esferas, en busca de guías y regentes en un desesperado grito de ayuda.
  Al regresar, los Seres Perfeccionados comprendieron la situación una vez explicada, y dispusieron de sus mejores entidades para que volvieran conmigo y los demás hacia la escena del horror. Una vez allí, observé el delicado accionar de ciertos guías e intenté imitarlos. He aquí mi error: yo, que con desdén contemplé a los restauradores mientras bebían del abismo, me vi sometido al mismo tipo de contemplación por parte de mis guías al intentar imitarlos. La situación me hizo responder de tal modo al ver que ellos no daban abasto con todas las entidades damnificadas, y en mi accionar contribuí a que un puñado de entidades se perdieran en la inexistencia. 
 

  Bajo nuestros preceptos, la inexistencia no es algo tortuoso, como los humanos imaginan. La inexistencia no es más que la pura potencialidad; más grande que la mayor abstracción concebible. Las causas mayores del responden a aquel concepto. Una vez desde “allí”, solo queda retomar el arduo camino de iniciación por las esferas menores, para finalmente ascender a las esferas superiores en un proceso casi infinito que en última instancia terminará donde comenzó: en la inexistencia. El problema aquí, radica en que esas entidades que no pudieron ser salvada por mí, traen un desbalance vibratorio absoluto en todas las esferas, de la más abstracta a la más densa. No me es permitido expresar con claridad la totalidad de conceptos que los humanos no comprenden aún. La carne los adormece, y es preciso dejar esto aquí afirmado. Pero he sido culpable de atentar indirectamente contra la integridad de todas las entidades del universo manifestado e inmanifestado.
  Al ejecutar con negligencia las técnicas imitadas, mis guías me detuvieron inmediatamente y solicitaron mi retirada. Su compasión me excede, puesto que no estaba en sus planes tomar represalia alguna contra mí. Reparar mis errores corre por mi cuenta, y he decidido obrar del mismo modo. Me someteré a la inexistencia, y volveré a emprender todos los caminos que alguna vez emprendí. Quizás para cuando se acerquen los instantes, los seres ya no beberán del abismo creado por los humanos, y no me veré forzado a malograr mis empeños. Mi error es ineludible, y la retribución debe estar a la altura por más que los Seres Perfeccionados insistan en lo contrario. Pido perdón, y para todo aquel que acceda a estos registros: conozca sus propias limitaciones, sea prudente y purifíquese. La ascensión aguarda para todos nosotros, pero debemos ser dignos de ella. Paz.
FIN
M.T.

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