Su séquito oía atribulado, mientras el Asceta
decía:
- Hay una enorme araña, una tan enorme que en
cuyo vientre yacen mil soles; y por cada ojo, caben mil mundos; es tan gigante
y colosal, que ni la más pequeña de sus patas logra aglomerar, siquiera, la
infinidad.
El Asceta se detuvo, y mirando a los ojos incrédulos
gritó:
- ¡Esta araña existe! no he de mentirles, pues
no dispongo ni necesito de razones. Y no sólo existe, sino que… ¡ustedes y yo
somos sus hijos! -fue aqui que sus oyentes comenzaron a retirarse, uno a uno-.
Y por cada uno de sus hijos -continuó-, esta gran araña confiere sus arcanos.
Ella entreteje un laberinto de tela refinada; y jugando, como toda madre que juega
con su hijo amado, nos esconde dentro de él, no sin antes enseñarnos cómo tejer
a voluntad con su misma seda, pues no olviden que su don nos es atribuido al
preservar su linaje.
Pronto el Asceta se halló en su soledad,
abandonado por su séquito, y bajo las oscuras estrellas lloró y durmió. Al
despertar partió hacia otra aldea en silencio.
FIN
M.T.
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